viernes, 15 de julio de 2011

Saad. Orígenes.

Mohamed, provenía de una familia de El Cairo, de la que tuvo que huir al negarse a contraer matrimonio con la mujer que le habían buscado. Cuando cumplió los 26 años, recibió la visita de su futura esposa concertada. Ella sólamente tenía 14 años. A pesar de haber nacido en una familia muy tradicional, Mohamed rechazaba de plano aquella costumbre, por dos motivos principales. Primero, porque se había empapado de las costumbres extranjeras, gracias al trato con los turistas y al visionado de películas de otros países. Y segundo, y más importante, porque estaba enamorado de una mujer, Azeneth.

Mohamed trabajaba en una gasolinera del centro de El Cairo de sol a sol. Al ser el más joven, y llevar poco tiempo, le había tocado el peor turno, el diurno. Se refugiaba de los 45º C mojando una toalla la cual se ponía sobre el cuello, mientras esperaba al siguiente cliente a la sombra. Mientras estaba sentado en su taburete, observaba el caos de tráfico a su alrededor. Cientos de coches pasaban cada hora, bajo el sol abrasador, llenos de gente que iba a sus trabajos, de guiris y militares. Todos, o prácticamente todos los coches eran negros, con gente vistiendo chilabas y pañuelos oscuros. Salvo ella.

Azeneth era un caso extraño en aquellos días. Sus padres habían decidido que estudiara en el extranjero, lo cual ya era rizar el rizo. Que una mujer estudiara, y que además fuera en Francia, era algo que no entraba en la mente de la mayoría de aquella sociedad. Pero la familia de Azeneth tradicionalmente había estado ligada al consulado francés. Su padre había sido el ayudante personal del cónsul durante más de veinte años, por lo que no compartía esas ideas tan cerradas propias de aquellos años en Egipto. Su mujer sin embargo no estuvo tan de acuerdo en mandar a la niña a París para su formación. Por suerte para Azeneth, la intercesión del mismo diplomático cerró toda discusión.

Volvió de París con veintitrés años, muchas ideas en la cabeza, y un futuro en la maleta. Había estudiado en el Instituto de Estudios Políticos de París, con la intención de trabajar para la embajada de Egipto en Francia. La idea de vivir como las mujeres de su país no la seducía en absoluto. Aun así, estaba deseando volver y poder abrazar a sus padres aunque fuera por última vez. De modo que cogió el avión sin llevarse más que una pequeña maleta para pasar la semana que tenía planeado en compañía de su familia.

Llegó a El Cairo al mediodía, con un calor que te aplastaba contra el suelo. Sin embargo ella levantó el rostro hacia el sól nada más salir del avión. Había echado tanto de menos aquello, en París hacía demasiado frío. Cuando se fue a Francia era diciembre, con -10º C esperando. A lo largo de todos aquellos años, había aprendido a tolerar el frío, pero no le gustaba lo más mínimo.
Salió a la calle y paró el primer taxi que pasó. Montó y le dio la dirección al conductor.  A mitad de camino el taxista paró en una gasolinera, disculpándose ante la señorita por tener que detenerse a repostar. Ella hizo un gesto con la mano, como diciendo que no pasaba nada, y casi sin darse cuenta se quitó el pañuelo que le tapaba el pelo para colocárselo mejor. Al momento escuchó la voz del taxista, que gritaba de forma airada. El chico encargado de echar la gasolina se había quedado embobado mirándola y había derramado el combustible encima de los pies del taxista. Avergonzado pidió disculpas al hombre, mientras miraba de hito en hito a aquella mujer de pelo y ojos negros, de piel tersa y maquillada, de túnica y pañuelo blancos que destacaban entre la multitud oscura, y que sonreía divertida cómo él, a pesar de la mugre que le cubría por completo, se ruborizaba hasta las orejas.

El taxista subió de nuevo al coche, clamando al cielo, y con intención de irse sin pagar. Mohamed no podía reaccionar, y seguía con la boca y los ojos abiertos de par en par. Azeneth posó una mano en el hombro del conductor y le pidió que perdonase al chico, ya que era seguro que lo había hecho sin maldad alguna. A regañadientes éste tiró unos cuantos billetes arrugados por la ventana y arrancó de malos modos. Mohamed vio cómo uno de los mechones de ella parecía despedirse de él ondeando grácilmente al viento a través de la ventanilla.

2 comentarios:

Alexim Canaan dijo...

Me ha gustado bastante cómo empieza. Me gustaría sobretodo saber si la historia tiene continuación. :)

J. Lozano dijo...

Sí, la tiene. A ver si encuentro un momentillo en estos días y pongo la continuación. Un saludo y gracias.