lunes, 4 de julio de 2011

Mudanza.

Realmente dios no castigó a Adán y Eva con la expulsión del paraíso. Fue con la mudanza que tuvieron que hacer.

Este fin de semana me he mudado a una casa más cercana del trabajo. Ya que en Ejpaña va todo tan de P. M. y hay tanto trabajo, en vez de cambiar de curro es más fácil cambiar de casa. Al menos sobre el papel. Todo aquel que se haya mudado sin contratar una empresa de mudanzas, me comprenderá.

Ayer terminamos de colocar todo lo gordo. Con lo gordo, además de mí, me refiero a camas, electrodomésticos, sofás, sillas, mesas, etc. Lo cual es un alivio, y más cuando la casa a la que vas es de dos plantas y la escalera es estrecha de cojones. Aún me tiemblan las calandracas cada vez que recuerdo el jodido canapé.

Pero claro, después de colocar lo gordo, viene "lo más gordo". Cacharritos, platos, cubiertos, libros, cds, películas, cables, servilletas, manteles, botes de comida, vasos, copas, más copas, copas de champán, copas de vino, copas de agua, más vasos, estos para whisky, vasos de agua. Sobrecitos de Tang, recuerdos de comuniones, bodas y bautizos, ropa, gallumbos, bragas, calcetines, camisetas, camisas, trajes, corbatas, pantalones, en los que entran los vaqueros, chinos, cortos, de lino, de bolsillos, sin bolsillos, más cortos, piratas. Sin mencionar los zapatos, sandalias, tacones, planos, manoletinas, deportivos (tenis para los andaluces). Macarrones, espaguetis, lacitos, fideos, judías, garbanzos, arroz, lentejas. Lejía, fairy, limpiasuelos, limpiacristales, limpiatodo. Trapos, gamuzas, más trapos... Os hacéis una idea.

Además, siempre hay algún accidentillo laboral. En mi caso, suelen ser más de uno. La gente dice que estoy gafado, o que soy torpe. Yo sólo digo que la vida es un poco japuta, pero nada más. Y si además tienes un suegro con ideas de bombero jubilado a la hora de hacer mudanza, todo se vuelve más interesante. El sábado, a las 22:30h, después de llevar todo el día cargando cosas para aquí y para allá, procedimos a meter la lavadora en la casa. Como buen bombero jubilado (honorario, que es camionero) se le ocurrió a mi suegro que él cogería la lavadora de espaldas y yo iría detrás. No lo tuve claro desde el principio, pero cuando quise darme cuenta ya estaba levantándola. El horror (el horror) llegó cuando tuvimos que subir los cuatro escalones que dan a la casa. Empezó a subir mi suegro de forma... ligerita, y claro, la lavadora fue echándose encima mía mientras él subía, hasta que se dio cuenta de que prácticamente ya no llevaba peso. Se fue a dar la vuelta para cogerla mejor y acabó por tirármela encima del pie. Resultado: en mi nuevo barrio ya saben que blasfemo como un pirata ebrio de muy mala leche. Otro resultado: pie amoratado e hinchado, tanto que no me entraba en la zapatilla desatada. Tercer resultado: reproche de mi suegro por haber dejado caer la lavadora y por poner el pie. Jamás el suegricidio estuvo más cercano.

Después, tenemos la sempiterna contractura en la espalda al coger una bolsa trampa. Las bolsas trampa se camuflan estupendamente junto a las bolsas pluma, que suelen tener un gran volumen pero pesan muy poco. Véase edredones, almohadas, algún abrigo... Y las bolsa trampa son las que esconden objetos del peso de un yunque metidos en una bolsa de basura o similar. Y con las que te confías al verlas, de forma que te levantas rápido y... ¡ZASCA! Menos mal que a mí las contracturas y los tirones me duran poco. Eso sí, nunca menos de la duración de la mudanza, para joder.

Y por último tengo otro pequeño problema. Bueno, pequeño. Grande. Soy muy cabezón. En todos los sentidos, pero el que nos ocupa es el físico. Creo que mi cabeza tiene campo gravitatorio propio, lo cual explica perfectamente los golpes que me llevo en ella. Hace años, rompí una pata de madera de una máquina de coser de un cabezazo. No me dieron puntos, pero el chichón aún me persigue en mis pesadillas.
Esta vez le tocó a la caldera de la nueva casa. Es una parecida a un calentador de gas de los de toda la vida, pero más... maciza. No sé por qué, sabiendo cómo soy, me senté a cenar debajo de ella. Al principio fui consciente de su situación y tamaño, y de que mi forro (cabeza) corría gran peligro. Pero con la conversación y el dolor de pie, se me olvidó. Así que al levantarme para quitar la mesa, rematé. Ni Santillana, oye. Eso sí, ahora la caldera va de miedo, porque sabe que la puedo destrozar de un par de embistes.

Y eso es todo, de momento. Salvo por los meses que tardaremos en colocar toooooooooooooodo lo más gordo que tenemos. Echándo un cálculo rápido, creo que poseemos cerca del millón de euros en mierdas variadas.

Seguiremos informando.

3 comentarios:

Illuminatus dijo...

¡El Horror! ¡El Horror!

Biónica dijo...

Pobrete... :(... habrá que abrazar un modo de vida más zen, por si acaso...

Besos!

J. Lozano dijo...

Illu: Cierto, el HORROR.

Bio: lo que tengo que hacer es ahorrar para la próxima mudanza si la hay. ¿Que son 600 €? Pues mira, te digo que lo vale. Sólo por no tirarte 3 meses colocando figuritas, la próxima vez lo pagaré gustoso.