Me pasa mucho últimamente. Viendo la tele, escuchando la radio, paseando por la calle. Siempre, casi indefectiblemente, me llega un olor a rancio, como a tocino revenido, del que echaba mi abuela en el cocido, del que llevaba meses en la alacena curándose poco a poco. Es un olor a moho, a cerrado, a otros tiempos.
Un olor que me achata la nariz cuando escucho a las marujas cuchichear al paso de dos chicas dadas de la mano, cuando observo a aquel hombre de gafas de sol torcer el gesto al cruzarse con un hombre negro, al pasar al lado de las plazas de toros, y al cruzarme con gente que sale de misa.
Porque España, señoras y señores, huele a rancio. Eso es así. Hace 50 años, con Paquito a lo mejor era lo que se llevaba. Pero estamos en el 2011, no sé si se han dado cuenta. Y siguen fomentando el odio, las diferencias y el racismo. Aunque mucho de todo esto viene de su propio miedo al cambio, a lo diferente. Miedo al inmigrante, más por su piel o religión que por su procedencia. Un inmigrante noruego, rubio, alto, no despierta el mismo temor que uno subsahariano, por muy inmigrantes que sean los dos. Aunque a más de uno se le habrán roto los esquemas en estos días de atrás.
Miedo a los homosexuales. Miedo a que nos contagien, o peor aún, a nuestros hijos. ¿Y si mi hija pasa al lado de una lesbiana y se vuelve lesbiana a su vez? ¿Cómo podré mirarla a la cara? Vamos a ver, señora. Si a usted le pasa eso, no se merece autodenominar madre. No me joda. Creo que la gente le da demasiada importancia a la vida sexual de los demás. Preocúpese por la suya, oiga, que le será más placentero. ¿O acaso vamos todos gritando a la gente que sale de misa inmorales por hacer sólo la postura del Misionero? Pues eso. Qué más da lo que hagan en sus alcobas (o en la cocina, salón, baño, etc...) si es gente buena. Digo yo, vamos.
España huele a rancio también porque se lleva rompiendo desde que Franco murió. Si no me creéis, mirad las noticias. No tardarán en poner alguna noticia que incite el odio contra catalanes, vascos, murcianos, andaluces, etc... Porque se creen los más listos, porque quieren más dinero, porque se quieren independizar, porque quieren más vacaciones, más agua... Y todo esto viene porque hemos nacido aleatoriamente (de chiripa, vamos) en un cacho de tierra. Miren a los somalíes, tan famosos en estos días. Los pobres no pueden ni reñir, de lo poco que tienen.
Pero volvemos a lo mismo, miedo a lo diferente. Y el miedo suele desembocar en odio. Odio al catalán porque habla catalán, y tiene una cultura muy rica. Odio al vasco, por lo mismo. Y en general a todos los pueblos. Aunque me parece gracioso. Se odia en general, será porque la gente que les odia les conoce a todos y cada uno en persona para decidir que es "un pueblo malo". Con un par. Pues señora, un pensamiento le voy a dar, de mi cosecha propia, eso sí, que puede parecer muy polémico. Me parece estupendo que la gente de una determinada ubicación conserve sus costumbres e idiomas, su cultura en general. Y habría que poner de parte de todos para mantenerlo, cuidarlo y desarrollarlo. Pero las nacionalidades me tocan los cojones. ¿Significa esto que los catalanes y vascos y demás no pueden independizarse? Por mí, deberían estar en su derecho de elegir qué hacer. Ahora, sinceramente, creo que no deberíamos poner más fronteras, sino quitarlas. Fuera todas esas líneas imaginaras, fuera todos esos trapitos de colores que hace que la gente luche por ellos. De hecho, voy más allá. Fuera países, no deberían existir. Ni España, ni Francia, ni EEUU, ni Sudán del Sur. ¿Quién soy yo para decir que soy más que una u otra persona por haber nacido (de chiripa, recordemos) en España? Humanos, y punto.
¿Que es una idea polémica? Pues sí, claro, pero como todas. Ya he dicho que pienso que cualquiera debería decidir dónde quiere vivir, o qué hacer con su vida. Hoy por hoy no es posible, pero por lo mal repartido que está el mundo. Ni más, ni menos.
Y lo de la iglesia católica finalmente es que es de traca. Venga hombre, que estamos en el siglo XXI. Qué hacemos todavía dándole pávulo a esta gente. Quien quiera pertenecer a esa religión, que lo sea. Pero que deje al resto en paz. ¿Que viene el Papa? Vale, pues que lo paguen sus fieles. ¿Que la iglesia quiere dinero? Pues que trabaje. Basta ya de chupar de la teta del Estado, y que cumplan el Concordato. Y por supuesto, fuera de las instituciones y de los colegios. Vamos a ser un poco coherentes con lo que se firmó en la Constitución, hombre.
Por todo esto, y por mucho más, España huele a rancio. Y Europa también. Y el mundo en general. A ver si abrimos las ventanas, y ventilamos un poco, que huele a tigre.
viernes, 29 de julio de 2011
¿No oléis a rancio?
martes, 26 de julio de 2011
Pero qué hasta la polla.
No sé si soléis leer las noticias de vez en cuando. Yo sí, cada día. Leo diversos periódicos y fuentes de información, de todos los signos políticos. Lo cual, en sí mismo, es graciosísimo. Periódicos que se autodenominan objetivos, pero que no ocultan sus preferencias partidistas. Tócate los pies.
El caso es que no sé por qué lo hago, por qué hago un repaso diario de las noticias, ya que acabo con un cabreo de tres pares de narices. Indignado es decir poco para cómo acabo cada vez que dejo la información a un lado.
Hace unos días ha salido a la palestra el estado de profunda hambruna que se vive en el cuerno de África. Lo cual no es una novedad, porque seguro que os acordáis de que lo mismo se comentaba hace muchos años. Como hablaba esta mañana (bueno, en realidad a la par que escribo este post) con Rafa Barberá (@rbarbera) el problema de esa parte de África es el escaso interés económico que tiene esa parte del globo para los países desarrollados. En resumen, que si no hay petróleo, diamantes, oro, o minerales raros, que os den por culo. Lo siento, pero creo que va a ser un post con lenguaje para mayores de 18 años, porque el encabronamiento que tengo es de aúpa.
Resulta que el Banco Mundial se ha comprometido a dar 350 millones de euros para paliar el hambre en la zona. 350 millones. Bien. Y España, 25 millones. Bien también. El problema está cuando te pones a ver otras noticias de España. Y lees lo siguiente. Que España va a destinar en principio 2800 millones de euros (dos mil ochocientos millones) en salvar de la quiebra a la CAM. Tócate los cojones, Mariloles. Es decir, que entre todo los países del mundo no somos capaces de reunir una cantidad de dinero necesaria como para que esa gente tenga algo que llevarse a la boca durante el resto de su vida, pero sí que podemos salvar a unos soplapollas de la quiebra aun cuando ellos mismos se han condenado. Cojonudo.
El problema está en que la gente de a pie no podemos tomar partido en todo esto. De ser así, estoy convencido de que la CAM se iría a tomar por culo, y los somalíes estarían mucho mejor alimentados. Y si pudiéramos, mandábamos a los directivos de los bancos y cajas y a nuestros políticos a pasar una temporada a Somalia, o Etiopía, a pasar un poquito de hambre. Unos meses con el vientre hinchado y a lo mejor se les quitaba la gilipollez.
Cierto es también, como apuntaba el bueno de Rafa, que por ejemplo el gobierno de Etiopía, mientras recibía 60 millones de euros para paliar el hambre en su país, se gastaba 100 millones en tanques para proteger de la insurgencia de las etnias del país las reservas de petróleo. El problema está en que ese petróleo poco ayudará a la gente del lugar, porque todos sabemos cómo se las gastan muchos de los líderes africanos. Ellos también tienen el vientre hinchado, pero porque está lleno, no como el de su pueblo. Cuanto hijo de puta que hay suelto.
Y habrá alguien que me diga que no se puede hacer nada, que soy muy idealista y demás. ¿Idealista? Pues sí, coño. Al menos prefiero rajar sobre toda esta panda de cabronazos y protestar, antes que agachar la cabeza. Joder, que al menos se enteren que si hacen todas estas mierdas, no es con nuestro beneplácito.
El caso es que no sé por qué lo hago, por qué hago un repaso diario de las noticias, ya que acabo con un cabreo de tres pares de narices. Indignado es decir poco para cómo acabo cada vez que dejo la información a un lado.
Hace unos días ha salido a la palestra el estado de profunda hambruna que se vive en el cuerno de África. Lo cual no es una novedad, porque seguro que os acordáis de que lo mismo se comentaba hace muchos años. Como hablaba esta mañana (bueno, en realidad a la par que escribo este post) con Rafa Barberá (@rbarbera) el problema de esa parte de África es el escaso interés económico que tiene esa parte del globo para los países desarrollados. En resumen, que si no hay petróleo, diamantes, oro, o minerales raros, que os den por culo. Lo siento, pero creo que va a ser un post con lenguaje para mayores de 18 años, porque el encabronamiento que tengo es de aúpa.
Resulta que el Banco Mundial se ha comprometido a dar 350 millones de euros para paliar el hambre en la zona. 350 millones. Bien. Y España, 25 millones. Bien también. El problema está cuando te pones a ver otras noticias de España. Y lees lo siguiente. Que España va a destinar en principio 2800 millones de euros (dos mil ochocientos millones) en salvar de la quiebra a la CAM. Tócate los cojones, Mariloles. Es decir, que entre todo los países del mundo no somos capaces de reunir una cantidad de dinero necesaria como para que esa gente tenga algo que llevarse a la boca durante el resto de su vida, pero sí que podemos salvar a unos soplapollas de la quiebra aun cuando ellos mismos se han condenado. Cojonudo.
El problema está en que la gente de a pie no podemos tomar partido en todo esto. De ser así, estoy convencido de que la CAM se iría a tomar por culo, y los somalíes estarían mucho mejor alimentados. Y si pudiéramos, mandábamos a los directivos de los bancos y cajas y a nuestros políticos a pasar una temporada a Somalia, o Etiopía, a pasar un poquito de hambre. Unos meses con el vientre hinchado y a lo mejor se les quitaba la gilipollez.
Cierto es también, como apuntaba el bueno de Rafa, que por ejemplo el gobierno de Etiopía, mientras recibía 60 millones de euros para paliar el hambre en su país, se gastaba 100 millones en tanques para proteger de la insurgencia de las etnias del país las reservas de petróleo. El problema está en que ese petróleo poco ayudará a la gente del lugar, porque todos sabemos cómo se las gastan muchos de los líderes africanos. Ellos también tienen el vientre hinchado, pero porque está lleno, no como el de su pueblo. Cuanto hijo de puta que hay suelto.
Y habrá alguien que me diga que no se puede hacer nada, que soy muy idealista y demás. ¿Idealista? Pues sí, coño. Al menos prefiero rajar sobre toda esta panda de cabronazos y protestar, antes que agachar la cabeza. Joder, que al menos se enteren que si hacen todas estas mierdas, no es con nuestro beneplácito.
Etiquetas:
actualidad,
encabronamiento máximo,
Escrito desde la rabia
viernes, 15 de julio de 2011
Saad. Orígenes.
Mohamed, provenía de una familia de El Cairo, de la que tuvo que huir al negarse a contraer matrimonio con la mujer que le habían buscado. Cuando cumplió los 26 años, recibió la visita de su futura esposa concertada. Ella sólamente tenía 14 años. A pesar de haber nacido en una familia muy tradicional, Mohamed rechazaba de plano aquella costumbre, por dos motivos principales. Primero, porque se había empapado de las costumbres extranjeras, gracias al trato con los turistas y al visionado de películas de otros países. Y segundo, y más importante, porque estaba enamorado de una mujer, Azeneth.
Mohamed trabajaba en una gasolinera del centro de El Cairo de sol a sol. Al ser el más joven, y llevar poco tiempo, le había tocado el peor turno, el diurno. Se refugiaba de los 45º C mojando una toalla la cual se ponía sobre el cuello, mientras esperaba al siguiente cliente a la sombra. Mientras estaba sentado en su taburete, observaba el caos de tráfico a su alrededor. Cientos de coches pasaban cada hora, bajo el sol abrasador, llenos de gente que iba a sus trabajos, de guiris y militares. Todos, o prácticamente todos los coches eran negros, con gente vistiendo chilabas y pañuelos oscuros. Salvo ella.
Azeneth era un caso extraño en aquellos días. Sus padres habían decidido que estudiara en el extranjero, lo cual ya era rizar el rizo. Que una mujer estudiara, y que además fuera en Francia, era algo que no entraba en la mente de la mayoría de aquella sociedad. Pero la familia de Azeneth tradicionalmente había estado ligada al consulado francés. Su padre había sido el ayudante personal del cónsul durante más de veinte años, por lo que no compartía esas ideas tan cerradas propias de aquellos años en Egipto. Su mujer sin embargo no estuvo tan de acuerdo en mandar a la niña a París para su formación. Por suerte para Azeneth, la intercesión del mismo diplomático cerró toda discusión.
Volvió de París con veintitrés años, muchas ideas en la cabeza, y un futuro en la maleta. Había estudiado en el Instituto de Estudios Políticos de París, con la intención de trabajar para la embajada de Egipto en Francia. La idea de vivir como las mujeres de su país no la seducía en absoluto. Aun así, estaba deseando volver y poder abrazar a sus padres aunque fuera por última vez. De modo que cogió el avión sin llevarse más que una pequeña maleta para pasar la semana que tenía planeado en compañía de su familia.
Llegó a El Cairo al mediodía, con un calor que te aplastaba contra el suelo. Sin embargo ella levantó el rostro hacia el sól nada más salir del avión. Había echado tanto de menos aquello, en París hacía demasiado frío. Cuando se fue a Francia era diciembre, con -10º C esperando. A lo largo de todos aquellos años, había aprendido a tolerar el frío, pero no le gustaba lo más mínimo.
Salió a la calle y paró el primer taxi que pasó. Montó y le dio la dirección al conductor. A mitad de camino el taxista paró en una gasolinera, disculpándose ante la señorita por tener que detenerse a repostar. Ella hizo un gesto con la mano, como diciendo que no pasaba nada, y casi sin darse cuenta se quitó el pañuelo que le tapaba el pelo para colocárselo mejor. Al momento escuchó la voz del taxista, que gritaba de forma airada. El chico encargado de echar la gasolina se había quedado embobado mirándola y había derramado el combustible encima de los pies del taxista. Avergonzado pidió disculpas al hombre, mientras miraba de hito en hito a aquella mujer de pelo y ojos negros, de piel tersa y maquillada, de túnica y pañuelo blancos que destacaban entre la multitud oscura, y que sonreía divertida cómo él, a pesar de la mugre que le cubría por completo, se ruborizaba hasta las orejas.
El taxista subió de nuevo al coche, clamando al cielo, y con intención de irse sin pagar. Mohamed no podía reaccionar, y seguía con la boca y los ojos abiertos de par en par. Azeneth posó una mano en el hombro del conductor y le pidió que perdonase al chico, ya que era seguro que lo había hecho sin maldad alguna. A regañadientes éste tiró unos cuantos billetes arrugados por la ventana y arrancó de malos modos. Mohamed vio cómo uno de los mechones de ella parecía despedirse de él ondeando grácilmente al viento a través de la ventanilla.
Mohamed trabajaba en una gasolinera del centro de El Cairo de sol a sol. Al ser el más joven, y llevar poco tiempo, le había tocado el peor turno, el diurno. Se refugiaba de los 45º C mojando una toalla la cual se ponía sobre el cuello, mientras esperaba al siguiente cliente a la sombra. Mientras estaba sentado en su taburete, observaba el caos de tráfico a su alrededor. Cientos de coches pasaban cada hora, bajo el sol abrasador, llenos de gente que iba a sus trabajos, de guiris y militares. Todos, o prácticamente todos los coches eran negros, con gente vistiendo chilabas y pañuelos oscuros. Salvo ella.
Azeneth era un caso extraño en aquellos días. Sus padres habían decidido que estudiara en el extranjero, lo cual ya era rizar el rizo. Que una mujer estudiara, y que además fuera en Francia, era algo que no entraba en la mente de la mayoría de aquella sociedad. Pero la familia de Azeneth tradicionalmente había estado ligada al consulado francés. Su padre había sido el ayudante personal del cónsul durante más de veinte años, por lo que no compartía esas ideas tan cerradas propias de aquellos años en Egipto. Su mujer sin embargo no estuvo tan de acuerdo en mandar a la niña a París para su formación. Por suerte para Azeneth, la intercesión del mismo diplomático cerró toda discusión.
Volvió de París con veintitrés años, muchas ideas en la cabeza, y un futuro en la maleta. Había estudiado en el Instituto de Estudios Políticos de París, con la intención de trabajar para la embajada de Egipto en Francia. La idea de vivir como las mujeres de su país no la seducía en absoluto. Aun así, estaba deseando volver y poder abrazar a sus padres aunque fuera por última vez. De modo que cogió el avión sin llevarse más que una pequeña maleta para pasar la semana que tenía planeado en compañía de su familia.
Llegó a El Cairo al mediodía, con un calor que te aplastaba contra el suelo. Sin embargo ella levantó el rostro hacia el sól nada más salir del avión. Había echado tanto de menos aquello, en París hacía demasiado frío. Cuando se fue a Francia era diciembre, con -10º C esperando. A lo largo de todos aquellos años, había aprendido a tolerar el frío, pero no le gustaba lo más mínimo.
Salió a la calle y paró el primer taxi que pasó. Montó y le dio la dirección al conductor. A mitad de camino el taxista paró en una gasolinera, disculpándose ante la señorita por tener que detenerse a repostar. Ella hizo un gesto con la mano, como diciendo que no pasaba nada, y casi sin darse cuenta se quitó el pañuelo que le tapaba el pelo para colocárselo mejor. Al momento escuchó la voz del taxista, que gritaba de forma airada. El chico encargado de echar la gasolina se había quedado embobado mirándola y había derramado el combustible encima de los pies del taxista. Avergonzado pidió disculpas al hombre, mientras miraba de hito en hito a aquella mujer de pelo y ojos negros, de piel tersa y maquillada, de túnica y pañuelo blancos que destacaban entre la multitud oscura, y que sonreía divertida cómo él, a pesar de la mugre que le cubría por completo, se ruborizaba hasta las orejas.
El taxista subió de nuevo al coche, clamando al cielo, y con intención de irse sin pagar. Mohamed no podía reaccionar, y seguía con la boca y los ojos abiertos de par en par. Azeneth posó una mano en el hombro del conductor y le pidió que perdonase al chico, ya que era seguro que lo había hecho sin maldad alguna. A regañadientes éste tiró unos cuantos billetes arrugados por la ventana y arrancó de malos modos. Mohamed vio cómo uno de los mechones de ella parecía despedirse de él ondeando grácilmente al viento a través de la ventanilla.
Etiquetas:
Basado en hechos reales,
ficción,
from the past,
jamming
lunes, 11 de julio de 2011
Hola chaval.
Me he decidido a escribirte esta entrada porque sé que en algún momento la necesitarás. Habrá cosas que te encanten de lo que aparece escrito, y otras que no lo harán en absoluto. Muchas te darán esperanza y otras algo de desasosiego, pero no te preocupes. Todo irá bien.
Sé que en este momento lo estás pasando mal. Sé que no tienes amigos cerca, en el día a día que puedan ayudarte. Los que tienes están lejos, y les ves de tanto en tanto. No desesperes, porque llegarán. Tarde, pero llegarán. Y serán muy buenos, te lo aseguro. De los que puedes llamar a cualquier hora, y te cogerán el teléfono y te escucharán lo que haga falta. Quizá en el futuro no les veas todo lo que te gustaría, pero dará igual. Estaréis siempre conectados a través de internet y del móvil. Sé que estas palabras te resultarán extrañas, pero verás cómo te vas haciendo a ellas.
Siento decirte que te quedan unas cuantas humillaciones por sufrir, y unos cuantos golpes por recibir. Estoy convencido de que no quieres pasar por ello, y lo entiendo. Pero créeme que saldrás reforzado de todo eso. Dentro de veinte años, serás una persona completamente diferente a como eres ahora. Doy fe.
En cuanto a lo de adelgazar... Bueno. Se podría decir que tampoco es que haya puesto mucho de mi parte. Pero es que ha pasado a ser una preocupación secundaria en nuestra vida. La gente aún se sigue metiendo con nosotros, pero ahora tenemos la lengua con filo y respondemos a todos. Verás qué cara que ponen, te encantará. Ah, por cierto. Lo de estar gordos no nos influirá a la hora de tener pareja. Ya, ya sé que tú no quieres para nada tener novia, pero es normal a tu edad. En unos pocos años eso cambiará, y tu vida entera con ello. Gracias a ella, serás una persona diferente, que te hará sacar lo mejor que tienes para mostrárselo a los demás.
Además tendrás 4 perros aunque ahora te den pánico, una hipoteca (que te dará pánico), te mudarás 4 veces (de momento) y te encantará la fotografía. Y oye, alguna foto resultona sí que sacarás. Podrás hablar con quien quieras y casi cuando quieras. Tendrás bastante labia, al menos con respecto a como eres ahora mismo. Te gustará el heavy (te gustará), e irás cambiando la forma de vestirte con el tiempo. Seguimos con gafas, que nos quedan de miedo, y ahora llevamos barba, aunque solemos cambiar la forma de vez en cuando, para no aburrirnos.
Te irás a vivir a Toledo, porque no te gustará el día a día de las grandes ciudades, aunque de vez en cuando te escapes a Madrid para darte un baño de urbe. Te encantarán los caminos, por donde no pasa nadie y sacar a los perros a pasear. Eres una persona sencilla, con gusto por las cosas sencillas. Con un huerto, o una cerveza charlando con amigos serás el más feliz del mundo. Con sueños que no se cumplieron, y cosas que jamás soñaste hacer.
Habrá momentos duros, no te voy a engañar. Verás morir a seres queridos, muy queridos. Tanto familiares como amigos. Pero seguirás recordándoles, por descontado. Tu camino y el de algunos amigos se separarán. Algunos volverán, otros no, y otros te acompañarán de nuevas. Habrá enfermedades y unas cuantas lágrimas, pero todo forma parte de la vida.
Sé que todo esto que te escribo suena muy lejano. Pero te escribo para que sepas que todo va a salir bien, que lo vas a hacer estupendamente. Que por mucho que ahora te peguen, insulten y humillen, dentro de unos años podrás sostener la mirada a cualquiera, y que no tendrás miedo de nadie. Que la gente acabará por respetarte y por quererte. Y te apreciarán. Siento mucho que no puedas disfrutarlo en estos momentos tan duros, pero quizá estas líneas te den fuerzas para afrontar el futuro que te espera.
Cuídate mucho, chaval.
Sé que en este momento lo estás pasando mal. Sé que no tienes amigos cerca, en el día a día que puedan ayudarte. Los que tienes están lejos, y les ves de tanto en tanto. No desesperes, porque llegarán. Tarde, pero llegarán. Y serán muy buenos, te lo aseguro. De los que puedes llamar a cualquier hora, y te cogerán el teléfono y te escucharán lo que haga falta. Quizá en el futuro no les veas todo lo que te gustaría, pero dará igual. Estaréis siempre conectados a través de internet y del móvil. Sé que estas palabras te resultarán extrañas, pero verás cómo te vas haciendo a ellas.
Siento decirte que te quedan unas cuantas humillaciones por sufrir, y unos cuantos golpes por recibir. Estoy convencido de que no quieres pasar por ello, y lo entiendo. Pero créeme que saldrás reforzado de todo eso. Dentro de veinte años, serás una persona completamente diferente a como eres ahora. Doy fe.
En cuanto a lo de adelgazar... Bueno. Se podría decir que tampoco es que haya puesto mucho de mi parte. Pero es que ha pasado a ser una preocupación secundaria en nuestra vida. La gente aún se sigue metiendo con nosotros, pero ahora tenemos la lengua con filo y respondemos a todos. Verás qué cara que ponen, te encantará. Ah, por cierto. Lo de estar gordos no nos influirá a la hora de tener pareja. Ya, ya sé que tú no quieres para nada tener novia, pero es normal a tu edad. En unos pocos años eso cambiará, y tu vida entera con ello. Gracias a ella, serás una persona diferente, que te hará sacar lo mejor que tienes para mostrárselo a los demás.
Además tendrás 4 perros aunque ahora te den pánico, una hipoteca (que te dará pánico), te mudarás 4 veces (de momento) y te encantará la fotografía. Y oye, alguna foto resultona sí que sacarás. Podrás hablar con quien quieras y casi cuando quieras. Tendrás bastante labia, al menos con respecto a como eres ahora mismo. Te gustará el heavy (te gustará), e irás cambiando la forma de vestirte con el tiempo. Seguimos con gafas, que nos quedan de miedo, y ahora llevamos barba, aunque solemos cambiar la forma de vez en cuando, para no aburrirnos.
Te irás a vivir a Toledo, porque no te gustará el día a día de las grandes ciudades, aunque de vez en cuando te escapes a Madrid para darte un baño de urbe. Te encantarán los caminos, por donde no pasa nadie y sacar a los perros a pasear. Eres una persona sencilla, con gusto por las cosas sencillas. Con un huerto, o una cerveza charlando con amigos serás el más feliz del mundo. Con sueños que no se cumplieron, y cosas que jamás soñaste hacer.
Habrá momentos duros, no te voy a engañar. Verás morir a seres queridos, muy queridos. Tanto familiares como amigos. Pero seguirás recordándoles, por descontado. Tu camino y el de algunos amigos se separarán. Algunos volverán, otros no, y otros te acompañarán de nuevas. Habrá enfermedades y unas cuantas lágrimas, pero todo forma parte de la vida.
Sé que todo esto que te escribo suena muy lejano. Pero te escribo para que sepas que todo va a salir bien, que lo vas a hacer estupendamente. Que por mucho que ahora te peguen, insulten y humillen, dentro de unos años podrás sostener la mirada a cualquiera, y que no tendrás miedo de nadie. Que la gente acabará por respetarte y por quererte. Y te apreciarán. Siento mucho que no puedas disfrutarlo en estos momentos tan duros, pero quizá estas líneas te den fuerzas para afrontar el futuro que te espera.
Cuídate mucho, chaval.
miércoles, 6 de julio de 2011
Dos vidas he gastado.
He estado a punto de morir dos veces. Dos. De forma más o menos clara. Bueno, qué coño, a punto de espicharla con todas las de la ley. Eso sí, no os lo recomiendo, al menos hasta última hora. Se pasa fatal, fatal.
La primera fue hace seis años. De hecho, fue el 16 de junio de 2006. Lo sé porque el 15 firmé las escrituras de mi casa, y al día siguiente fuimos a reparar lo que pudiéramos. Para empezar, deciros que mi casa tiene ya unos cuantos años, y el estado en el que me la entregó el antiguo dueño distaba mucho de estar bien. Por ejemplo, la bomba de presión que alimentaba de agua la casa. Como muchos sabréis, en mi casa no tengo agua corriente, sino que procede de un pozo, y que iba echándola a un aljibe. De ahí, mediante una bomba de presión, era introducida en la casa.
Bien, dicha bomba no funcionaba, por lo que mi suegro y yo nos dispusimos a desinstalarla. El detalle de que mi suegro me estaba ayudando es crucial, ya veréis por qué. Pondría fotos, pero no encuentro ninguna. De todas formas estoy convencido de que las habéis visto. Suelen tener una especie de pelota o balón de color rojo en la parte superior. Y encima de la pelota, una tapa de acero con doce hermosos tornillos.
Mi suegro me dijo que había extraído todo el aire, y que íbamos a quitar los tornillos para ver si la membrana interior estaba rota y por eso no funcionaba. El quitarle el aire es importante, ya que esas bombas aguantan una gran presión interna para poder mover el agua. En este caso, la presión que marcaba el manómetro era de 4 atmósferas. El copón.
Se puso mi suegro a quitar tornillos mientras yo sujetaba la pelota. Para poder hacer fuerza, ya que los tornillos estaban oxidados, estaba inclinado encima de la susodicha. Cuando faltaban 5 tornillos por quitar, le dije a mi suegro que si estaba seguro de haber sacado todo el aire, no fuera que eso exploBAAAAAAAAAUUUUUUMMMMMMMMM!!!!!!
Se hizo el silencio después de la explosión, ni me pitaban los oídos ni nada. Era incapaz de escuchar, y tampoco veía. Los ojos me ardían y me lloraban a mares, y los brazos, la cara y el pecho me palpitaban de dolor. Mi suegro no había sacado todo el aire. Cuando llevaba unos segundos, le pareció que dejaba de salir y paró de purgar. Consecuencia, la tapa estuvo a punto de saltar por los aires, en cuya trayectoria se hubiera encontrado con mi cara. Para que os hagáis una idea de la gravedad del asunto, la tapa de acero de 1 cm estaba doblada sobre el único tornillo que resistió, y lo hizo a duras penas. La explosión hizo que toda la mierda acumulada en el interior saliera a toda leche y en todas direcciones. No me dio tiempo a cerrar los ojos, y partículas de barrillo y demás mierdecilla se me incrustó en ellos, así como en brazos, cara, pecho y cuello. Estuve una hora sin poder oír nada, y más de media sin poder abrir los ojos. Pero por un tornillo, no me saltó la tapa de la sesera.
Esa fue mi primera vida gastada. La segunda fue bastante lejos de Toledo, y en condiciones muy diferentes. Ocurrió allá por el 2008 si no recuerdo mal, en Luarca, Asturias. Estábamos cenando en un pequeño restaurante muy majo enfrente del puerto, disfrutando de una sidrina y de un magnífico churrasco en mi caso.
Estando yo masticando, pasó un camarero por detrás mía y se le cayó un vaso en mi espalda. De la impresión tragué sin haber mascado lo suficiente. De modo que la bola se me quedó atascada en la garganta. Os puedo asegurar que es realmente angustioso. Intenté tragar como 20 veces en menos de 5 segundos, sin resultado alguno. Me metí los dedos todo lo que pude, y sólo rocé el bulto. Miré alrededor y tanto mi mujer como mi suegra y mi cuñado estaban a lo suyo, comiéndose su cena ajenos a mi cara que ya debería estar tornándose azul o similar, por no hablar del resto de la gente del bar. Todos indiferentes a mí, salvo mi suegro.
El hombre me miraba de hito en hito, mientras cortaba parsimoniosamente su filete. Me veía hacer aspavientos y señalarme la garganta, pero nada. Desesperado como estaba, me levanté, me fui detrás de mi silla, y con el respaldo de la misma me hice la maniobra Heimlich. Al segundo achuchón, la bola salió. En ese momento, el bar enmudeció al escucharme respirar después de un minuto interminable, y mi mujer se dio por fin cuenta de lo que había pasado. Todos me preguntaban por mi estado, salvo mi suegro, quien seguía masticando su cena.
Al rato, por fin habló:
- No, si yo sabía lo que pasaba.
- ¿Y no has sido capaz de hacer nada? - le dijo mi mujer.
- No era necesario.
- ¿Cómo que no era necesario? ¡Ha estado a punto de ahogarse!
- Ná. Hace como 10 o 15 años escuché en la COPE que el cuerpo tiene las herramientas necesarias para autosalvarse en estos casos.
- Claro, suegro. Por eso mueren cada año miles de personas ahogadas, no te jode.
Después de eso, tuve dolor de garganta durante una semana, y una voz ultratumba muy chula.
Y esas son las dos veces que estuve a punto de morir, pero no morí. Así que según la cuenta del gato, me quedan 5 vidas. Por favor, que nadie cante la canción de Antonio Flores.
Le he pedido a Blanco Humano a su mono de documentación, ya que no encontraba la foto de la bomba que os he comentado. Pero creo que BH me lo ha mandado sin pilas, ya que la foto no tiene demasiado que ver. Aunque él jura y perjura que al poner bomba presión pelota en Google aparece lo siguiente:
La primera fue hace seis años. De hecho, fue el 16 de junio de 2006. Lo sé porque el 15 firmé las escrituras de mi casa, y al día siguiente fuimos a reparar lo que pudiéramos. Para empezar, deciros que mi casa tiene ya unos cuantos años, y el estado en el que me la entregó el antiguo dueño distaba mucho de estar bien. Por ejemplo, la bomba de presión que alimentaba de agua la casa. Como muchos sabréis, en mi casa no tengo agua corriente, sino que procede de un pozo, y que iba echándola a un aljibe. De ahí, mediante una bomba de presión, era introducida en la casa.
Bien, dicha bomba no funcionaba, por lo que mi suegro y yo nos dispusimos a desinstalarla. El detalle de que mi suegro me estaba ayudando es crucial, ya veréis por qué. Pondría fotos, pero no encuentro ninguna. De todas formas estoy convencido de que las habéis visto. Suelen tener una especie de pelota o balón de color rojo en la parte superior. Y encima de la pelota, una tapa de acero con doce hermosos tornillos.
Mi suegro me dijo que había extraído todo el aire, y que íbamos a quitar los tornillos para ver si la membrana interior estaba rota y por eso no funcionaba. El quitarle el aire es importante, ya que esas bombas aguantan una gran presión interna para poder mover el agua. En este caso, la presión que marcaba el manómetro era de 4 atmósferas. El copón.
Se puso mi suegro a quitar tornillos mientras yo sujetaba la pelota. Para poder hacer fuerza, ya que los tornillos estaban oxidados, estaba inclinado encima de la susodicha. Cuando faltaban 5 tornillos por quitar, le dije a mi suegro que si estaba seguro de haber sacado todo el aire, no fuera que eso exploBAAAAAAAAAUUUUUUMMMMMMMMM!!!!!!
Se hizo el silencio después de la explosión, ni me pitaban los oídos ni nada. Era incapaz de escuchar, y tampoco veía. Los ojos me ardían y me lloraban a mares, y los brazos, la cara y el pecho me palpitaban de dolor. Mi suegro no había sacado todo el aire. Cuando llevaba unos segundos, le pareció que dejaba de salir y paró de purgar. Consecuencia, la tapa estuvo a punto de saltar por los aires, en cuya trayectoria se hubiera encontrado con mi cara. Para que os hagáis una idea de la gravedad del asunto, la tapa de acero de 1 cm estaba doblada sobre el único tornillo que resistió, y lo hizo a duras penas. La explosión hizo que toda la mierda acumulada en el interior saliera a toda leche y en todas direcciones. No me dio tiempo a cerrar los ojos, y partículas de barrillo y demás mierdecilla se me incrustó en ellos, así como en brazos, cara, pecho y cuello. Estuve una hora sin poder oír nada, y más de media sin poder abrir los ojos. Pero por un tornillo, no me saltó la tapa de la sesera.
Esa fue mi primera vida gastada. La segunda fue bastante lejos de Toledo, y en condiciones muy diferentes. Ocurrió allá por el 2008 si no recuerdo mal, en Luarca, Asturias. Estábamos cenando en un pequeño restaurante muy majo enfrente del puerto, disfrutando de una sidrina y de un magnífico churrasco en mi caso.
Estando yo masticando, pasó un camarero por detrás mía y se le cayó un vaso en mi espalda. De la impresión tragué sin haber mascado lo suficiente. De modo que la bola se me quedó atascada en la garganta. Os puedo asegurar que es realmente angustioso. Intenté tragar como 20 veces en menos de 5 segundos, sin resultado alguno. Me metí los dedos todo lo que pude, y sólo rocé el bulto. Miré alrededor y tanto mi mujer como mi suegra y mi cuñado estaban a lo suyo, comiéndose su cena ajenos a mi cara que ya debería estar tornándose azul o similar, por no hablar del resto de la gente del bar. Todos indiferentes a mí, salvo mi suegro.
El hombre me miraba de hito en hito, mientras cortaba parsimoniosamente su filete. Me veía hacer aspavientos y señalarme la garganta, pero nada. Desesperado como estaba, me levanté, me fui detrás de mi silla, y con el respaldo de la misma me hice la maniobra Heimlich. Al segundo achuchón, la bola salió. En ese momento, el bar enmudeció al escucharme respirar después de un minuto interminable, y mi mujer se dio por fin cuenta de lo que había pasado. Todos me preguntaban por mi estado, salvo mi suegro, quien seguía masticando su cena.
Al rato, por fin habló:
- No, si yo sabía lo que pasaba.
- ¿Y no has sido capaz de hacer nada? - le dijo mi mujer.
- No era necesario.
- ¿Cómo que no era necesario? ¡Ha estado a punto de ahogarse!
- Ná. Hace como 10 o 15 años escuché en la COPE que el cuerpo tiene las herramientas necesarias para autosalvarse en estos casos.
- Claro, suegro. Por eso mueren cada año miles de personas ahogadas, no te jode.
Después de eso, tuve dolor de garganta durante una semana, y una voz ultratumba muy chula.
Y esas son las dos veces que estuve a punto de morir, pero no morí. Así que según la cuenta del gato, me quedan 5 vidas. Por favor, que nadie cante la canción de Antonio Flores.
Le he pedido a Blanco Humano a su mono de documentación, ya que no encontraba la foto de la bomba que os he comentado. Pero creo que BH me lo ha mandado sin pilas, ya que la foto no tiene demasiado que ver. Aunque él jura y perjura que al poner bomba presión pelota en Google aparece lo siguiente:
Etiquetas:
bombas bombas.,
churrasco infernal,
muerte
lunes, 4 de julio de 2011
Mudanza.
Realmente dios no castigó a Adán y Eva con la expulsión del paraíso. Fue con la mudanza que tuvieron que hacer.
Este fin de semana me he mudado a una casa más cercana del trabajo. Ya que en Ejpaña va todo tan de P. M. y hay tanto trabajo, en vez de cambiar de curro es más fácil cambiar de casa. Al menos sobre el papel. Todo aquel que se haya mudado sin contratar una empresa de mudanzas, me comprenderá.
Ayer terminamos de colocar todo lo gordo. Con lo gordo, además de mí, me refiero a camas, electrodomésticos, sofás, sillas, mesas, etc. Lo cual es un alivio, y más cuando la casa a la que vas es de dos plantas y la escalera es estrecha de cojones. Aún me tiemblan las calandracas cada vez que recuerdo el jodido canapé.
Pero claro, después de colocar lo gordo, viene "lo más gordo". Cacharritos, platos, cubiertos, libros, cds, películas, cables, servilletas, manteles, botes de comida, vasos, copas, más copas, copas de champán, copas de vino, copas de agua, más vasos, estos para whisky, vasos de agua. Sobrecitos de Tang, recuerdos de comuniones, bodas y bautizos, ropa, gallumbos, bragas, calcetines, camisetas, camisas, trajes, corbatas, pantalones, en los que entran los vaqueros, chinos, cortos, de lino, de bolsillos, sin bolsillos, más cortos, piratas. Sin mencionar los zapatos, sandalias, tacones, planos, manoletinas, deportivos (tenis para los andaluces). Macarrones, espaguetis, lacitos, fideos, judías, garbanzos, arroz, lentejas. Lejía, fairy, limpiasuelos, limpiacristales, limpiatodo. Trapos, gamuzas, más trapos... Os hacéis una idea.
Además, siempre hay algún accidentillo laboral. En mi caso, suelen ser más de uno. La gente dice que estoy gafado, o que soy torpe. Yo sólo digo que la vida es un poco japuta, pero nada más. Y si además tienes un suegro con ideas de bombero jubilado a la hora de hacer mudanza, todo se vuelve más interesante. El sábado, a las 22:30h, después de llevar todo el día cargando cosas para aquí y para allá, procedimos a meter la lavadora en la casa. Como buen bombero jubilado (honorario, que es camionero) se le ocurrió a mi suegro que él cogería la lavadora de espaldas y yo iría detrás. No lo tuve claro desde el principio, pero cuando quise darme cuenta ya estaba levantándola. El horror (el horror) llegó cuando tuvimos que subir los cuatro escalones que dan a la casa. Empezó a subir mi suegro de forma... ligerita, y claro, la lavadora fue echándose encima mía mientras él subía, hasta que se dio cuenta de que prácticamente ya no llevaba peso. Se fue a dar la vuelta para cogerla mejor y acabó por tirármela encima del pie. Resultado: en mi nuevo barrio ya saben que blasfemo como un pirata ebrio de muy mala leche. Otro resultado: pie amoratado e hinchado, tanto que no me entraba en la zapatilla desatada. Tercer resultado: reproche de mi suegro por haber dejado caer la lavadora y por poner el pie. Jamás el suegricidio estuvo más cercano.
Después, tenemos la sempiterna contractura en la espalda al coger una bolsa trampa. Las bolsas trampa se camuflan estupendamente junto a las bolsas pluma, que suelen tener un gran volumen pero pesan muy poco. Véase edredones, almohadas, algún abrigo... Y las bolsa trampa son las que esconden objetos del peso de un yunque metidos en una bolsa de basura o similar. Y con las que te confías al verlas, de forma que te levantas rápido y... ¡ZASCA! Menos mal que a mí las contracturas y los tirones me duran poco. Eso sí, nunca menos de la duración de la mudanza, para joder.
Y por último tengo otro pequeño problema. Bueno, pequeño. Grande. Soy muy cabezón. En todos los sentidos, pero el que nos ocupa es el físico. Creo que mi cabeza tiene campo gravitatorio propio, lo cual explica perfectamente los golpes que me llevo en ella. Hace años, rompí una pata de madera de una máquina de coser de un cabezazo. No me dieron puntos, pero el chichón aún me persigue en mis pesadillas.
Esta vez le tocó a la caldera de la nueva casa. Es una parecida a un calentador de gas de los de toda la vida, pero más... maciza. No sé por qué, sabiendo cómo soy, me senté a cenar debajo de ella. Al principio fui consciente de su situación y tamaño, y de que mi forro (cabeza) corría gran peligro. Pero con la conversación y el dolor de pie, se me olvidó. Así que al levantarme para quitar la mesa, rematé. Ni Santillana, oye. Eso sí, ahora la caldera va de miedo, porque sabe que la puedo destrozar de un par de embistes.
Y eso es todo, de momento. Salvo por los meses que tardaremos en colocar toooooooooooooodo lo más gordo que tenemos. Echándo un cálculo rápido, creo que poseemos cerca del millón de euros en mierdas variadas.
Seguiremos informando.
Este fin de semana me he mudado a una casa más cercana del trabajo. Ya que en Ejpaña va todo tan de P. M. y hay tanto trabajo, en vez de cambiar de curro es más fácil cambiar de casa. Al menos sobre el papel. Todo aquel que se haya mudado sin contratar una empresa de mudanzas, me comprenderá.
Ayer terminamos de colocar todo lo gordo. Con lo gordo, además de mí, me refiero a camas, electrodomésticos, sofás, sillas, mesas, etc. Lo cual es un alivio, y más cuando la casa a la que vas es de dos plantas y la escalera es estrecha de cojones. Aún me tiemblan las calandracas cada vez que recuerdo el jodido canapé.
Pero claro, después de colocar lo gordo, viene "lo más gordo". Cacharritos, platos, cubiertos, libros, cds, películas, cables, servilletas, manteles, botes de comida, vasos, copas, más copas, copas de champán, copas de vino, copas de agua, más vasos, estos para whisky, vasos de agua. Sobrecitos de Tang, recuerdos de comuniones, bodas y bautizos, ropa, gallumbos, bragas, calcetines, camisetas, camisas, trajes, corbatas, pantalones, en los que entran los vaqueros, chinos, cortos, de lino, de bolsillos, sin bolsillos, más cortos, piratas. Sin mencionar los zapatos, sandalias, tacones, planos, manoletinas, deportivos (tenis para los andaluces). Macarrones, espaguetis, lacitos, fideos, judías, garbanzos, arroz, lentejas. Lejía, fairy, limpiasuelos, limpiacristales, limpiatodo. Trapos, gamuzas, más trapos... Os hacéis una idea.
Además, siempre hay algún accidentillo laboral. En mi caso, suelen ser más de uno. La gente dice que estoy gafado, o que soy torpe. Yo sólo digo que la vida es un poco japuta, pero nada más. Y si además tienes un suegro con ideas de bombero jubilado a la hora de hacer mudanza, todo se vuelve más interesante. El sábado, a las 22:30h, después de llevar todo el día cargando cosas para aquí y para allá, procedimos a meter la lavadora en la casa. Como buen bombero jubilado (honorario, que es camionero) se le ocurrió a mi suegro que él cogería la lavadora de espaldas y yo iría detrás. No lo tuve claro desde el principio, pero cuando quise darme cuenta ya estaba levantándola. El horror (el horror) llegó cuando tuvimos que subir los cuatro escalones que dan a la casa. Empezó a subir mi suegro de forma... ligerita, y claro, la lavadora fue echándose encima mía mientras él subía, hasta que se dio cuenta de que prácticamente ya no llevaba peso. Se fue a dar la vuelta para cogerla mejor y acabó por tirármela encima del pie. Resultado: en mi nuevo barrio ya saben que blasfemo como un pirata ebrio de muy mala leche. Otro resultado: pie amoratado e hinchado, tanto que no me entraba en la zapatilla desatada. Tercer resultado: reproche de mi suegro por haber dejado caer la lavadora y por poner el pie. Jamás el suegricidio estuvo más cercano.
Después, tenemos la sempiterna contractura en la espalda al coger una bolsa trampa. Las bolsas trampa se camuflan estupendamente junto a las bolsas pluma, que suelen tener un gran volumen pero pesan muy poco. Véase edredones, almohadas, algún abrigo... Y las bolsa trampa son las que esconden objetos del peso de un yunque metidos en una bolsa de basura o similar. Y con las que te confías al verlas, de forma que te levantas rápido y... ¡ZASCA! Menos mal que a mí las contracturas y los tirones me duran poco. Eso sí, nunca menos de la duración de la mudanza, para joder.
Y por último tengo otro pequeño problema. Bueno, pequeño. Grande. Soy muy cabezón. En todos los sentidos, pero el que nos ocupa es el físico. Creo que mi cabeza tiene campo gravitatorio propio, lo cual explica perfectamente los golpes que me llevo en ella. Hace años, rompí una pata de madera de una máquina de coser de un cabezazo. No me dieron puntos, pero el chichón aún me persigue en mis pesadillas.
Esta vez le tocó a la caldera de la nueva casa. Es una parecida a un calentador de gas de los de toda la vida, pero más... maciza. No sé por qué, sabiendo cómo soy, me senté a cenar debajo de ella. Al principio fui consciente de su situación y tamaño, y de que mi forro (cabeza) corría gran peligro. Pero con la conversación y el dolor de pie, se me olvidó. Así que al levantarme para quitar la mesa, rematé. Ni Santillana, oye. Eso sí, ahora la caldera va de miedo, porque sabe que la puedo destrozar de un par de embistes.
Y eso es todo, de momento. Salvo por los meses que tardaremos en colocar toooooooooooooodo lo más gordo que tenemos. Echándo un cálculo rápido, creo que poseemos cerca del millón de euros en mierdas variadas.
Seguiremos informando.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)