Aceptémoslo. Somos todos raros de cojones. El que menos yo, por supuesto, pero el resto de la humanidad es para mear y no echar gota.
Cierto es que siempre hay especímenes especialmente extraños. Y también es cierto que si están dentro de mi radio de acción, me los voy a encontrar. A lo largo de mi vida me he encontrado a gente de lo más variopinta, gente que bien podría haber protagonizado algún libro de Cervantes o alguna peli de Tim Burton.
Recuerdo que hace como 20 años mi madre me envió a comprar un par de botellas de Trina a la bodega que había al otro lado de la vía del tren. Eran tiempos en los que nos quedábamos a pasar el fin de semana en Fuenla. Para pasar por debajo de las vías, había que pasar por un túnel bastante oscuro, donde se decía que se cometían robos cada día. El caso es que no sé qué estaría haciendo la policía en esos años que no detenían al atracador, ya que era de lo más peculiar. Para empezar, le faltaban las dos piernas, y tenía una prótesis en una. De modo que imaginaos la dificultad que tenía para moverse. De modo que su modus operandi era plantarse en medio del puente, sujeto con las muletas y la navaja entre los dientes. La figura era inconfundible, y si no querías gresca, pues te ibas por otro lado, y si tenías prisa, con hacer un quiebro te zafabas sin problema.
Al final se fue de allí ya que las rampas eran usadas por los skaters para tirarse y más de una vez se lo llevaron por delante.
Recuerdo también que por esa época me encontré con el que me abrió los ojos con el tema de la religión. No recuerdo qué hacía por esa parte del barrio, pero iría despistado como siempre, leyendo algo o mirando a las musarañas. Noté que alguien me agarraba del brazo con fuerza y me giraba. Vi la cara de un hombre ya mayor, sin dientes y que escupía al hablar. Bueno, realmente regaba, más que escupía. Para más inri tenía un aliento de dragón que me quemó las cejas. Creo que Gallardón también se ha encontrado con ese hombre.
El caso es que se puso a diez centímetros de mi cara y me dijo:
- Dios te ama, a ti y a todos. Pero más a mí. Porque tú eres hijo del pecado, ¡hijo de SATANÁS!
Reacción mía: rodillazo en los huevos y salir corriendo. Por desgracia no fue la última vez que me topé con él, y se había quedado con mi cara, por lo que solía perseguirme hasta que le daba esquinazo.
Tuve unos cuantos años de tregua, salpicados por algún esquizofrénico amante de las farolas (amante en sentido literal), pero tranquilos en su mayoría. Hasta que me hice comercial de Tecnocasa.
Sí amigos, yo fui de esos cabrones que llaman a tu puerta en la hora más inoportuna para darte una mierda de revistita y preguntarte si quieres vender tu piso. Iba con mi traje y corbata hiciera frío o calor. Quizá por eso quise ir a mi boda con un chándal de yonki, pero mi mujer no me dejó.
Eran tiempos buenos en la venta de pisos. En plena burbuja inmobiliaria en expansión, el mercado se movía muchísimo. La putada era que te lo tenías que currar, y de qué forma. Siempre he sido bastante tímido, y el trabajo de comercial no me gustaba demasiado, pero era lo que había. Y con respecto al tema que tratamos tenía el inconveniente añadido de que iba yo a la casa de la gente, era como ir de caza de gente rara y/o loca. Y me encontré con mucha.
Recuerdo un día de verano a unos 35º ya a las doce de la mañana. Sudaba como un pollo en el asador, y me tocaba ese día una calle con todos los bloques de cinco pisos sin ascensor.
Hago aquí un inciso para saludar a los arquitectos responsables y a su puta madre. Con amor.
Bien, al llegar al 5º vi que no tenía datos del vecino del A. Llevaba notas de todos los vecinos con los que iba hablando, para poder comentar algo al mes siguiente. Pero dio la casualidad de que ese día estaba ese vecino. En la maldita hora que subí hasta allí... Nada más llamar oí un ruido de uñas contra el suelo, de perro. De perro grande. Muy grande y pesado. Dicho y hecho. se abre la puerta y sale un dogo argentino, el cual muy galantemente se pone a olerme a escasos centímetros. No le tengo miedo a los perros, pero los que son cruce de caballos me imponen un poco. Ahora, detrás del perro estaba él. Rapado casi al cero, de dos metros de altura, unos 150 kgs, blanco como la leche y con una esvástica del tamaño de Oklahoma en una teta. Ni qué decir que lo único que pude hacer fue darle la revista con una sonrisa temblorosa e irme por patas, pero no demasiado rápido por si acaso el perrete quería ganas de juerga.
El siguiente caso, que no último, aunque sí de este post, tiene todos los ingredientes de una peli de miedo, pero de las buenas. Como la de Condemor y similares. Esta vez me tocaba un bloque con ascensor, de los buenos, de los que se vendían los pisos en dos días. Además, se me estaba dando de miedo. Me había hecho con dos informadoras las cuales me soltaban quién quería comprar o vender amén de alguna otra noticia de cuernos. En esto que llegué al 5º B. Llamé un par de veces, hasta que salió una pequeña mujer ya mayor. Me miró con unos ojos algo intimidados a los que respondí con la más encantadora de mis sonrisas.
- Buenos días doña Felisa, ¿qué tal se encuentra hoy? Soy el sr. Cuervo, ¿se acuerda de mí?
Era imposible que se acordara, no nos habíamos visto en la vida.
- Estoy bien hijo, tirandillo...
- Verá, vengo a entregarle la revista de Tecnocasa y a preguntarle...
En ese momento cambió su mirada por otra casi glacial.
- No, gracias, no nos interesa. Además, mi marido dice que debería irse ya.
Su marido. Eso podría haber sido algo normal, de no ser porque una de mis informadoras me había comentado que su marido había muerto hacía un par de años. Un escalofrío comenzó a sacudirme la espalda.
- ¿Qué dices Juan? - dijo girando la cabeza. Miró hacia atrás, donde no había nadie. - Sí, el señor se marchaba ya, ¿verdad?
Pues sí. Cualquiera se quedaba allí. El caso es que durante todo el mes siguiente me dio por pensar que aquella amable señora debería estar partiéndose el culo a mi costa. De modo que volví resuelto a que no me timara de nuevo. Ni siquiera hice el resto del bloque, fui directamente a su casa. Llamé al timbre y abrió la puerta. Pero la abrió con los ojos en blanco, encorvada y babeando. Y dijo:
- Hola sr. Cuervo... - con una voz que me heló la sangre.
Acto seguido cerró la puerta. Creo que fue de las últimas veces que fui a repartir revistas. Empecé a pensar que necesitaba un trabajo más tranquilo, con gente más normal.
Tengo aún más casos guardados en la recámara e iré contándolos de vez en cuando. Eso sí, os advierto que todos son #truestory.
3 comentarios:
El caso que mencionas de Fuenla me lo creo al 100%, ésta gente es así, rara.
Por cierto, tengo la fantasía de convertirme en un asesino de comerciales y encerrar sus cadáveres en una fosa común en mi trastero.
Es mejor no saber qué es lo que encierran las casas de algunos. Eso si que son portales a los suburbios de R'Lyeh.
Por cierto, Aitor, eso es porque no conoces a las comerciales de material de laboratorio: esas son para atarlas a la cama y arreglarles las cañerías.
En realidad curré en Alcorcón en mi época de Tecnokelly. Lo cierto es que es una época para olvidar.
Joder, Illu, no jodas que es eso cierto. Ya me je equivocado de profesión de nuevo. Y tú eres el que se quiere pirar de ese curro?
Publicar un comentario