Todos tenemos un demonio dentro.
El mío está atado a la puerta de mi alma para sacarlo a pasear en las días de tormenta. Esos días negros, de rabia y dolor, de ceguera cromática y de pitidos en los oídos. Esos días de dientes apretados, de mirada lejana y de manos crispadas.
Y a mitad del paseo, se cambian las tornas, y me pasea Él a mí. Y se me olvida mi papel por un momento, y grito libre, y ladro y corro por las colinas descalzo.
Y olfateo el aire, y busco presas, y huelo el miedo. Y escucho la tormenta que se acerca. Y siento la lluvia aguando mi rabia.
Entonces es cuando recojo la correa y volvemos con paso quedo por el camino largo, enfriando los ánimos. Él me sigue siempre detrás, nunca al lado. Va copiando mis pasos mientras clava su mirada en mi nuca, y siento su sonrisa pese a no verla.
Yo tengo la correa, Él es el dueño.
2 comentarios:
Os he visto a los dos con nubes de esas de miedo al fondo. Casi notaba laa gotaa de lluvia en las gafas...
A veces cuesta controlarlo y que no salga. O mejor dicho, a veces creemos controlarlo y que no salga.
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