lunes, 14 de octubre de 2013

Antonia.

Antonia abre los ojos cuando aún es de noche. Siente las manos y los pies fríos al despertar, da igual la época del año que sea. "Igual que padre". Se incorpora trabajosamente, pues le duele la espalda. Ayer estuvo embotellando unos cien botes de tomate con la ayuda de la Mari, su hermana. Una pelaba los tomates y la otra iba rellenando los frascos de cristal y poniéndolos al baño maría.

Hace tiempo que Antonia y Mari no se ríen al hablar entre ellas. Quizá alguna sonrisa asome a la comisura de los labios de vez en cuando cuando oyen algún chascarrillo de lo acontecido en el pueblo, pero por lo general la mueca de sus bocas es seria. La vida en el pueblo es dura, y más desde que se quedaron viudas por aquel maldito accidente. Sobra decir que jamás sale en sus conversaciones, pero al final el tema siempre anda sobrevolando sus palabras como un buitre que quiera dejarse caer. "En qué puta hora cogerían el coche".

Se levanta apartando las tres mantas con las que intenta impedir inútilmente que ese frío persistente se le meta en los huesos. "Joder, Jesús, por qué tendrías que dormirte aquel día." Sin darse cuenta tapa con las mantas a Meli, la gata que adoptó a los dos meses de la muerte de su marido. Ella protesta quedamente por un momento, hasta que seguramente se queda dormida bajo el calor de la lana. Se va al baño y mete los brazos hasta el codo en el agua fría y se salpica la cara. Poco después, baja parsiomoniosamente las escaleras siempre agarrándose al pasamanos. Más de una vez ha tenido un susto con los escalones desgastados de terrazo y la condensación que se produce por las humedades.

Entra en la cocina y se prepara el café con leche y las galletas de horno. Cuatro, para ser exactos. Se sienta al lado de la cocina de hierro fundido que aún conserva algo de calor del fuego con el que hizo la frugal cena de ayer, y pone la radio. No sabe ni qué emisora está escuchando, ni lo ha sabido en los dos últimos años. Simplemente le hace compañía. Salvo las fotos de su marido y su familia, se podría decir que es su bien más preciado. Tendría casi 80 años, y la trajo su abuelo del frente, de Madrid. Funcionaba bien, pero el sonido era como el de aquellos viejos gramófonos. Tan sólo se podía coger la AM, pero qué mas daba.

A veces piensa en que no debería haber vendido las viñas, que ahora tendría algo más para hacer. Aprendió a podar con su padre, Manuel, cuando sólo tenía 8 años. Le gustaba aquel trabajo, aun con el frío que hacía siempre. Se pasaban la mañana sin hablar, los tres, Manuel, la Mari y ella, ocupados cada uno en su tarea. Manuel y ella podaban, la Mari recogía los sarmientos. En aquellos días fríos de diciembre el aire era tan cristalino que se podía ver a alguien subiendo a la sierra de Villacañas, o eso decía su padre. Pasaron años hasta que ella comprendió que por muy buena visibilidad que hubiera, eso es imposible. Hasta recordaba con cierto cariño las veces en las que un sarmiento al cortarlo salía disparado hacia su cara, dejándole una marca como si de un latigazo se tratara, y la risa de su hermana que aparecía a los pocos segundos. Era tan contagiosa que las lágrimas de dolor se mezclaban con las de la risa. "Chicas...", decía su padre únicamente, conminándolas a que volvieran al trabajo, pero siempre con una sonrisa queda.

"¿Qué estará haciendo padre? Seguramente haya ido a por el pan ya, y haya encendido el fuego. Menos mal que tiene a los perros, así no se siente tan sólo. Joder, Jesús. Joder."

2 comentarios:

Biónica dijo...

Me parece estar volviendo al pueblo. Me parece estar viviéndolo (es lo que tiene tener historia pueblerina xD).
Y esa radio que sólo coge AM está en mi pueblo también. Es vieja, no vintage ;-)

Eres un artista.

J. Lozano dijo...

Gracias Bio.

El pueblo, para mí, se hace más presente en invierno. Qué cosas.