Como muchos sabréis, yo hasta hace poco vivía en una pequeña casita roja en la República Olvidada de Yegros. Me tuve que mudar por temas laborales y porque me hacía más kms. que los de Pekín Express.
Aunque me encuentro muy a gusto en mi nueva casa, bien es cierto que echo bastante de menos algunas cosillas, las cuales, como habréis imaginado, os voy a enumerar ahora.
La principal es la libertad. Libertad para todo. En verano yo salía por la mañana tempranito a la parcela con mi taza de café en gallumbos, a la vista de todo dios, sin pudor alguno. Sé que alguno de los que leerá esta entrada me conoce en persona, y estará haciendo una mueca de disgusto al imaginarse la escena. Lo siento majos, es lo que hay. No hay nada mejor que un amanecer en ropa interior con una taza de café en la mano, el olor a romero y el canto de los pájaros. Aunque la mejor parte es la de los gallumbos.
El caso es que ahora, en mi nueva casa, que es un pareado, en una calle normal, en un pueblo normal, y con una verja normal, de las que se ve a través, a veces se me va la pinza y salgo igual. Problema: la gente madruga, al menos tanto como yo. Así que más de una vez he contemplado como mis vecinos pegaban un respingo al verme estirarme en el jardín con mi tacita de café. Imagino que sería por la taza por lo que se sorprendían.
Otra cosa, en la que echo de menos mi casa roja, y también referente a la libertad, es que ya no puedes hablar alto, o cantar a voz en grito. Veréis, en la urbanización de la casa roja, el vecino más cercano está a 100 metros por lo menos, con lo cual, sin miedo a molestarles, sacaba mis altavoces de 100w, enchufaba el Spotify que sonaba gracias al mierda de mega que tenía Vodafone de cobertura en los días soleados, y ponía Iron Maiden hasta que temblaban los pinos. De hecho, la última cosecha de aceituna de mis olivos la hice así, poniendo Judas Priest a toda leche.
Además, ahora tampoco puedo blasfemar a voz en grito. A ver, entendedme en este punto. He vivido durante 5 años en una casa en la que no hay vecinos, con grandes espacios abiertos, en medio del campo. Imaginaos que estáis haciendo unos cajones para la cocina, y que de repente al clavar un clavo, os martilleáis un dedo. Estáis en medio del campo, no os oye nadie, y si os oye, será como un rumor campestre más. Pues haríais lo mismo que yo, vociferar como si no hubiera un mañana. El dedo te va a doler igual, pero oye, qué bien te quedas. Y claro, hacer eso en esta nueva casa, como que no es demasiado aconsejable. Pero lo he hecho también, el hombre es un animal de costumbres. Y eso explica también los saludos tímidos que me dirigen los vecinos. Aunque yo sea un pedazo de pan, como todos bien sabéis.
Y también, aunque parezca extraño, y esto sólo me pasa en contados momentos, echo de menos la soledad. Sobre todo al sacar a los perros. Veréis, con los grandes, no hay problema, les llevo atados y listo. Si nos cruzamos con otros perros, yo sigo de frente, y aquí no ha pasado nada. El problema viene con mis perros pequeños, que son muy inquietos y curiosos. Y la gente en este pueblo se la coge con papel de fumar en este asunto. Siempre llevan a los perros atados, y cuando se cruzan con otra gente con perros, tiran de las correas de éstos hasta casi estrangularlos. Qué pasa: pues que los perros se ponen nerviosos porque ven nervioso a su dueño, y sus dueños tiran más. Entran en bucle.
En cuanto al tema de los perros, otra cosa que no me gusta del nuevo pueblo, es que te impiden llevar a los perros sueltos por el campo. Esto me lo hizo saber un gordo cazador, al menos tan gordo como yo. Me dijo que me iba a denunciar si me volvía a ver con los perros sueltos, ya que según él, estresan a las perdices, las cuales después son más difíciles de cazar (¿?). Después de mirarle durante unos segundos, le pregunté que si él cazaba con perro, a lo que me contestó que sí. Y le pregunté que cómo se apañaba para disparar con la correa del perro en la mano, ya que si la normativa dice que los perros han de ir atados, se refiere a los de todos, no sólo a los que no pertenecen a los cazadores. Desde ese día me saluda amablemente cada vez que sacamos a los perretes, los cuales corretean felices por los campos.
6 comentarios:
Cuervajo, te acompaño en el sentimiento. En el que sea. :)
http://www.youtube.com/watch?v=GPunlJSy-NY
Gracias Venus. Eres muy amable.
Eso sí, el vídeo es de traca.
Yo creo que a los vecinos hay que acostumbrarlos mal (o sea bien, ya me entiendes) desde el primer día. Sigue salinedo en gallumbos, al que no le guste, que no mire. En invierno deberías ponerte una bufandita, pero eso es ya cosa tuya.
Uauuu! Aprovechando que hoy me deja comentar el trasto éste, comento dos veces.
No tengo bufanda, tengo braga. Hmmm... qué curioso, ¿no? Llevaría bufanda y braga al mismo tiempo. Eso es una señal de Apocalipsis fijo.
Te debes ver cohartado en todos los sentidos, pues anda que no hay diferencia. Cuando vuelvo de vacaciones me pasan cosas parecidas.
Deberías patentar la forma de vendimiar ;)
Y... bueno, puff, a esa gente que tiene perros y los ahorca cada vez que salen de paseo, yo le haría lo mismo. Si no saben controlar sus nervios y son incapaces de entender coómo se calma un perro, mejor que no lo tengan.
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