Julián abrió los ojos pesarosamente al escuchar el despertador. Lo apagó, y volvió a meter el brazo bajo la ropa de la cama disfrutando del tacto de las sábanas limpias. Movió los dedos de las manos para sacudir ese entumecimiento que tenía cada mañana al despertar, e hizo lo mismo con los pies. Gonzo ya estaba al lado de la mesita, y seguramente llevara allí un rato, desde que vio la primera luz del alba. En plena oscuridad, Julián sabía que el perro le estaría observando fijamente, atento a cualquier movimiento para mover el rabo y, si pudiera, meter el morro bajo el brazo de su dueño para forzar una caricia.
No sin cierto esfuerzo, nuestro protagonista echó el nórdico y la sábana hacia los pies de la cama, se levantó y abrió la ventana. Las gallinas ya estaban despiertas y picoteaban los pequeños brotes de hierba que estában naciendo gracias a las lluvias de los últimos días. El día se presentaba nublado, cerrado, y con frío. Al menos no hacía viento, ese viento colado de la Mancha, que se te metía en los huesos y te dejaba helado para todo el día. Se estiró mientras pensaba esto último, acarició la cabeza de Gonzo y esperó a que viniera Tina, otra de sus perros, y le tiró de una oreja de manera cariñosa.
Puso la cafetera antes de ducharse. Le encantaba el olor a café recién hecho. Era uno de esos olores a los que él llamaba "olor de hogar". Café, humo de la estufa, comida recién hecha... Olores de estar en casa. Mientras se prepara el café Gonzo se sitúa detrás suyo, sentado en uno de sus rincones, pues tiene varios repartidos por la casa. Al lado del radiador de la cocina, al lado de la estufa de leña, al lado de la mesita de noche de Isa... Gonzo no pierde detalle de lo que Julián hace, no sea que se escape alguna delicatessen con la que, de vez en cuando, obsequia a los tres perros. Pero esta vez no ha habido suerte.
Antes de sentarse a desayunar, limpia la estufa de leña, seguramente la mejor compra que ha hecho en los dos últimos años. Aunque realmente suele pensar que cualquier cosa que compra es lo mejor que ha comprado en los dos últimos años. Es lo que tiene comprar poco. Quita la ceniza meticulosamente, y la echa al cubo que tiene preparado. Después, una vez esté lleno, echará la ceniza al pie de alguno de sus árboles, ya que tiene nutrientes. Aparta el tronco que se quedó a medio arder la noche anterior, y deposita en la parrilla una servilleta de papel; encima, unas cuantas cáscaras de almendruco, que ayudarán a prender el fuego, y encima un par de troncos secos. Limpia el cristal, ya que le encanta ver el fuego arder, y enciende una pastilla en medio de las cáscaras. Cierra la puerta, y vuelve a poner la cama de los perros cerca de la estufa. Durante el día, irá alejando las camas de las perras a la otra punta del salón, para que no pasen calor, ya que tienen un pelaje más espeso.
Julián desayuna mirando las noticias en su móvil, y normalmente lo hace con un café con leche únicamente. Hoy no es la excepción. En cuanto termina y recoge la taza, los tres perros ya le están esperando nerviosos en la puerta, deseando salir a dar un paseo. Hoy, por primera vez en el otoño, cogerá el abrigo, por si acaso. Pero se lo dejará abierto por delante, ya que es una persona muy calurosa. Coge las correas, y abre la puerta, dejando que las mascotas corran alborozadas hasta la cancela. Las gallinas salen a recibirle también entre cacareos, y aprovecha para echarles una mezcla de maíz y trigo. Ya recogerá a la vuelta los huevos del día anterior.
El paseo suele ser de media hora por la mañana, y de hora y media, si tiene tiempo y si hace bueno, por la tarde. Le gusta sacarles por los campos que han estado sembrados este año, los cuales todavía no han sido arados y en los que se puede pisar bien. Se mancharán todos de barro, claro, pero es uno de los inconvenientes de vivir en el campo. Sin embargo, también tiene sus ventajas. Hoy la niebla va subiendo por el cauce del río Algodor, lentamente, en oleadas, y sobrepasa también la sierra de Mora, cayendo lentamente por un costado. Cae una lluvia fina que apenas nota, salvo en los cristales de las gafas. El aire es fragante, con olor a tierra y hierba mojada, y los tomillos despiertan su aroma a su paso. Bowie y Gonzo buscan conejos, cosa harto difícil en esta época de caza, y más en un día lluvioso. Saldrán, pero más tarde seguramente.
Ya de nuevo en casa, los perros se arrebujan en sus colchonetas, disfrutando del temple que se ha creado en el salón. El resto de la casa sigue frío, pero tampoco importa demasiado. Abre el portátil y mientras arranca, decide hacerse otro café con leche, y mientras se lo toma, comienza a escribir una nueva entrada en el blog.
Lunes, 18 de noviembre.
lunes, 18 de noviembre de 2013
viernes, 1 de noviembre de 2013
Temporada de caza.
Estamos en plena época de caza en la Mancha. Yo, al vivir en medio del campo, sufro bastante la misma, por varios motivos. El primero, el que se pongan a pegar tiros a unos metros de mi ventana en cuanto se ve un poco, lo cual quiere decir que empiezan con la serenata a las 7 de la mañana.
El segundo, es exactamente eso. Que los cazadores se pasen por el forro la prohibición de cazar a menos de 100 metros de cualquier vivienda. Vale que mi urbanización está en medio de la nada, pero las restricciones son las mismas. No creo que se vayan a cazar a las inmediaciones de Mora, así que no deberían hacer lo mismo con mi casa. Ya he tenido algún encontronazo con ellos por esto mismo. El colmo fue cuando a un gilipollas no se le ocurrió otra cosa más que matar a un conejo que estaba dentro de mi parcela.
El tercero, es la incomodidad de no poder pasear tranquilo a los perros. Estar rodeado de campo tiene la ventaja de poder soltarlos y que correteen a su aire, salvo en esta época y las semanas anteriores a la temporada de caza. Ahora porque aun sacándolos por la urbanización, hay cazadores, como hoy, que me dicen que no debo dejarles sueltos ya que les espanto la caza. En mi urbanización. Cuando deberían estar a más de 100 metros de ella. Y en las semanas anteriores porque siempre hay batidas de gente buscando perros para la temporada. Aprendes a llevarles con correa, no sea que alguno vaya detrás de un conejo, y no le vuelvas a ver. En las semanas antes de la veda, hay un montón de robos de perros, de razas cazadoras, como perdigueros, bodegueros, terriers, chuchos... los cuales seguramente sean abandonados una vez acabe la misma. Esto es la Mancha, mal que me pese, y se lleva haciendo toda la vida. Mantener un perro bien cuidado es costoso. Sale más barato robar uno, y abandonarle, si tiene suerte, cuando todo acabe.
Esto me lleva al cuarto motivo. Los perros abandonados o muertos. Cada año, tras terminar la veda, me encuentro con diez, quince perros abandonados vagabundeando por los campos, muertos de hambre y sed. Alguno de ellos se han convertido en mis perros, a otros intento darles algo de comida y buscarles un hogar, pero el número me supera. Y ya he dejado de pasear por los olivares, he llegado al límite de ver perros ahorcados.
Quizá no todos los cazadores sean iguales, de hecho, conozco de primera mano alguna honrosa excepción. Pero desde luego, pocos han demostrado tanto amor por sus perros como muchas veces proclaman.
El segundo, es exactamente eso. Que los cazadores se pasen por el forro la prohibición de cazar a menos de 100 metros de cualquier vivienda. Vale que mi urbanización está en medio de la nada, pero las restricciones son las mismas. No creo que se vayan a cazar a las inmediaciones de Mora, así que no deberían hacer lo mismo con mi casa. Ya he tenido algún encontronazo con ellos por esto mismo. El colmo fue cuando a un gilipollas no se le ocurrió otra cosa más que matar a un conejo que estaba dentro de mi parcela.
El tercero, es la incomodidad de no poder pasear tranquilo a los perros. Estar rodeado de campo tiene la ventaja de poder soltarlos y que correteen a su aire, salvo en esta época y las semanas anteriores a la temporada de caza. Ahora porque aun sacándolos por la urbanización, hay cazadores, como hoy, que me dicen que no debo dejarles sueltos ya que les espanto la caza. En mi urbanización. Cuando deberían estar a más de 100 metros de ella. Y en las semanas anteriores porque siempre hay batidas de gente buscando perros para la temporada. Aprendes a llevarles con correa, no sea que alguno vaya detrás de un conejo, y no le vuelvas a ver. En las semanas antes de la veda, hay un montón de robos de perros, de razas cazadoras, como perdigueros, bodegueros, terriers, chuchos... los cuales seguramente sean abandonados una vez acabe la misma. Esto es la Mancha, mal que me pese, y se lleva haciendo toda la vida. Mantener un perro bien cuidado es costoso. Sale más barato robar uno, y abandonarle, si tiene suerte, cuando todo acabe.
Esto me lleva al cuarto motivo. Los perros abandonados o muertos. Cada año, tras terminar la veda, me encuentro con diez, quince perros abandonados vagabundeando por los campos, muertos de hambre y sed. Alguno de ellos se han convertido en mis perros, a otros intento darles algo de comida y buscarles un hogar, pero el número me supera. Y ya he dejado de pasear por los olivares, he llegado al límite de ver perros ahorcados.
Quizá no todos los cazadores sean iguales, de hecho, conozco de primera mano alguna honrosa excepción. Pero desde luego, pocos han demostrado tanto amor por sus perros como muchas veces proclaman.
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