miércoles, 26 de octubre de 2011

Mi vecinita

Mi vecina es rara. Bueno, ya sé que todos los vecinos del mundo son raros. De hecho, todo el mundo es raro, menos yo. Pero es que mi vecina es rara, rara.

Llevo poco tiempo viviendo ahí, pero ya hay cosas que me me mosquean de ella. Y eso que apenas la veo. Bueno, ni yo, ni nadie. Creo que es vampiro. O eso, o etarra, pero con la noticia de la última semana me decanto más por lo primero.

Veréis, vivimos en unos chaletes pareados, de modo que compartimos alguna pared. Creo que no la he visto de día aún, sale a las 5 de la mañana en su coche y éste tiene todos los cristales tintados, salvo el parabrisas. Va siempre de negro, pero no en plan gótico. Está más blanca que la leche, y tiene unas ojeras que le llegan a las uñas de los pies, con lo que no le hace falta pintárselas. Además, tiene todas las persianas bajadas. Todas. Siempre.

Yo no soy demasiado experto en olorística (sí, me lo he inventado, qué pasa), pero sin haber entrado en su casa puedo casi afirmar que ahí, tiene que oler a tigre. A tigre muerto. Abre un poco las ventanas, hija, deja que entre un poco el aire. Creo que una vez abrió la puerta del armario y Mimosín que estaba bailando encima de las toallas murió al instante. Imagino que lo hace para que no entre la luz, lo que confirma que es un vampiro. Aunque hay una cosa que me descoloca respecto a esta teoría: los golpes que se da.

Porque una cosa son los portazos que pega a diestro y siniestro cuando llega a su casa, que va puerta por puerta la muy... Lo mismo da que sean las 9 de la noche que las 5 de la mañana. Pon un tope en las puertas, reina, que ya tendrás los marcos cascaos. Pero es que además, creo que va a oscuras por la casa, como buena integrante de la especie de los chupasangres. Pero creo que el que la convirtió, la hizo mal. Porque se va pegando de cada trastazo que asusta. Estás tan tranquilo viendo la tele, cuando escuchas un golpetazo seguido de un grito y un "¡Cagondiooooooooooós!" Pero es que desde que llego a las 16h a mi casa, hasta que me acuesto, puede pasarle como 5 veces. Hija, que vale que seas una criatura de la oscuridad, pero si estás mal hecha en cuanto a visión nocturna, cógete una velita si ves que te molestan mucho las bombillas. O una linterna mejor, porque vista tu torpeza, lo mismo prendes fuego a la casa.

También tiene hábitos extraños, como el de dejar los rollos de papel higiénico en el porche de fuera. Será que tiene una colección de ataúdes dentro, y claro, no le caben. Pero en días como el lunes, que llovió, pues se le moja todo. Eso sí, hoy ya tenía rollos de Scottex, en vez de del DIA. Se conoce que ha cobrado y se ha dado un caprichito. Además, los deja siempre al lado de su precioso arbolito muerto. Pero muerto, muerto. No es que sea de hoja caduca, que a lo mejor lo fue, no te digo que no, pero en el siglo XVI (equis uve palito para los católicos). Y diréis: "Es que será una chica despistada y no lo quita". Bueno, quizá, pero tiene que serlo mucho, porque lo riega todos los días. Cada mañana cuando me levanto, veo unas gotas de agua alrededor de la maceta. A no ser que no sea agua. Lo que explicaría también por qué están los rollos de papel higiénico al lado y por qué el árbol está más seco que la mojama.

Además, otra cosa que me tiene mosca, son los animales. No se acercan a su casa. Los pájaros se posan en mi verja, no vuelan por encima de su casa, los gatos dan un rodeo, el perro de la vecina pasea por el lado más alejado de la parcela y mis perros... Bueno, mis perros están "asalvajaos", lo mismo les da. Pero es que la jodía no tiene ni moscas. Ni mosquitos, ahora que lo pienso, lo cual explica el puto verano que me han dado a mí. Bueno, tampoco podían pasar a su casa con las persianas cerradas a cal y canto.

Y ahora vivo con el miedo de que una noche se despierte con hambre y se acuerde del pedazo de vecino que tiene en la casa de al lado y quiera tomarme como piscolabis.

¿Veis cómo es rara?

lunes, 3 de octubre de 2011

Las ventajas de vivir en el culo del mundo.

Como muchos sabréis, yo hasta hace poco vivía en una pequeña casita roja en la República Olvidada de Yegros. Me tuve que mudar por temas laborales y porque me hacía más kms. que los de Pekín Express.

Aunque me encuentro muy a gusto en mi nueva casa, bien es cierto que echo bastante de menos algunas cosillas, las cuales, como habréis imaginado, os voy a enumerar ahora.

La principal es la libertad. Libertad para todo. En verano yo salía por la mañana tempranito a la parcela con mi taza de café en gallumbos, a la vista de todo dios, sin pudor alguno. Sé que alguno de los que leerá esta entrada me conoce en persona, y estará haciendo una mueca de disgusto al imaginarse la escena. Lo siento majos, es lo que hay. No hay nada mejor que un amanecer en ropa interior con una taza de café en la mano, el olor a romero y el canto de los pájaros. Aunque la mejor parte es la de los gallumbos.
El caso es que ahora, en mi nueva casa, que es un pareado, en una calle normal, en un pueblo normal, y con una verja normal, de las que se ve a través, a veces se me va la pinza y salgo igual. Problema: la gente madruga, al menos tanto como yo. Así que más de una vez he contemplado como mis vecinos pegaban un respingo al verme estirarme en el jardín con  mi tacita de café. Imagino que sería por la taza por lo que se sorprendían.

Otra cosa, en la que echo de menos mi casa roja, y también referente a la libertad, es que ya no puedes hablar alto, o cantar a voz en grito. Veréis, en la urbanización de la casa roja, el vecino más cercano está a 100 metros por lo menos, con lo cual, sin miedo a molestarles, sacaba mis altavoces de 100w, enchufaba el Spotify que sonaba gracias al mierda de mega que tenía Vodafone de cobertura en los días soleados, y ponía Iron Maiden hasta que temblaban los pinos. De hecho, la última cosecha de aceituna de mis olivos la hice así, poniendo Judas Priest a toda leche.
Además, ahora tampoco puedo blasfemar a voz en grito. A ver, entendedme en este punto. He vivido durante 5 años en una casa en la que no hay vecinos, con grandes espacios abiertos, en medio del campo. Imaginaos que estáis haciendo unos cajones para la cocina, y que de repente al clavar un clavo, os martilleáis un dedo. Estáis en medio del campo, no os oye nadie, y si os oye, será como un rumor campestre más. Pues haríais lo mismo que yo, vociferar como si no hubiera un mañana. El dedo te va a doler igual, pero oye, qué bien te quedas. Y claro, hacer eso en esta nueva casa, como que no es demasiado aconsejable. Pero lo he hecho también, el hombre es un animal de costumbres. Y eso explica también los saludos tímidos que me dirigen los vecinos. Aunque yo sea un pedazo de pan, como todos bien sabéis.

Y también, aunque parezca extraño, y esto sólo me pasa en contados momentos, echo de menos la soledad. Sobre todo al sacar a los perros. Veréis, con los grandes, no hay problema, les llevo atados y listo. Si nos cruzamos con otros perros, yo sigo de frente, y aquí no ha pasado nada. El problema viene con mis perros pequeños, que son muy inquietos y curiosos. Y la gente en este pueblo se la coge con papel de fumar en este asunto. Siempre llevan a los perros atados, y cuando se cruzan con otra gente con perros, tiran de las correas de éstos hasta casi estrangularlos. Qué pasa: pues que los perros se ponen nerviosos porque ven nervioso a su dueño, y sus dueños tiran más. Entran en bucle.

En cuanto al tema de los perros, otra cosa que no me gusta del nuevo pueblo, es que te impiden llevar a los perros sueltos por el campo. Esto me lo hizo saber un gordo cazador, al menos tan gordo como yo. Me dijo que me iba a denunciar si me volvía a ver con los perros sueltos, ya que según él, estresan a las perdices, las cuales después son más difíciles de cazar (¿?). Después de mirarle durante unos segundos, le pregunté que si él cazaba con perro, a lo que me contestó que sí. Y le pregunté que cómo se apañaba para disparar con la correa del perro en la mano, ya que si la normativa dice que los perros han de ir atados, se refiere a los de todos, no sólo a los que no pertenecen a los cazadores. Desde ese día me saluda amablemente cada vez que sacamos a los perretes, los cuales corretean felices por los campos.