Campos de Castilla, un álbum en Flickr.
Quiero mudarme a un sito más fresco, más verde, al lado del mar. Llevo queriéndolo hacer desde hace años, desde que visité por primera vez Asturias, cuando crucé el Puerto de Pajares y cambió el paisaje. Sé que acabaré viviendo allí, que es donde tengo que estar. Pero mientras tanto he aprendido un par de cosas de la Mancha, que es donde vivo ahora.
Que a la Mancha hay que mirarla de a poco, de refilón, para no empacharnos de horizontes infinitos. Que por mucho calor que haga, siempre habrá una encina o un almendro bajo el que cobijarse a la distancia de un paseo. Que las tormentas que disfrutáis más al norte nacen en Los Yébenes, en los Montes de Toledo, y que en Yegros no las solemos disfrutar porque la sierra de Mora se nos interpone.
Que en Mora hay tantos olivos como vides hay en Corral de Almaguer. Que los caminos polvorientos se recorren estupendamente sin prisa. Que con dos gotas de lluvia huele el campo a gloria. Y que las chicharras, si no les prestas atención, ayudan a dormir mejor. Que hay más cardos que personas, pero en primavera, cuando florecen, alegran el alma.
Que los pueblos también se encalan, como otros lugares, pero nos sabía a poco y añadimos el añil en los zócalos, quizá para tener el cielo más cerca. Que los viejos salen al fresco, aunque haga calor, aunque solo sea por no sentir el agobio de la soledad de sus casas.
Que para un manchego la distancia más corta entre dos puntos es el andar, que somos llanos como nuestra tierra, y que mi padre se ha inventado un huerto para no tener que olvidar sus viñas.
Que me duele reconocer que me tira más esta tierra de lo que yo pensaba, pero me llena ver hasta donde quiera ver. Que adoro mi pequeña casa roja, llena de cielo, de cardos, de horizontes, de olivos, de calor y de frío, de silencio, de nada y de todo.