Los manchegos sabemos mirar hacia arriba, como todos, imagino. Podemos saber si va a llover, sobre todo los que hemos trabajado mucho en el campo, y en cuánto tiempo lo va a hacer. Pero aunque esté lloviendo a mares, para saber si llueve miramos hacia abajo. Removeremos la tierra con el pie, y si no hay más de un palmo de tierra mojada, diremos que no ha llovido, negando la mayor.
Quizá debido a la falta de lluvia en la Mancha (creo recordar haber leído que tenemos más de 300 días soleados al año), cuando esta aparece, nos quedamos obnubilados, casi perplejos, embobados, embrujados. La gente del norte la tiene asumida, pero para nosotros es algo casi raro. Recuerdo mis tiempos de zagal, en los que tenía que ir a vendimiar (empecé a los nueve años) y despertaba a las siete de la mañana con el sonido de la lluvia en el tejado de chapa del patio. La cama se hacía mucho más cómoda en ese momento, y la sábanas te envolvían aún más. Sin embargo, con el paso de los años se fue generando una sensación nueva que se unía a la alegría porque lloviera, y era la responsabilidad y las ganas de terminar de vendimiar.
Y es algo que creo que acompaña a cualquier campero manchego, esa sensación de amor-odio, de alegría porque llueve, y lo agradece la tierra, y la desesperación por no poder trabajar.
Quizá por eso, me parecen tan tristes los días lluviosos en la ciudad. No sabéis apreciarlos. Veréis, los días de lluvia en el campo son preciosos, en cualquier época del año. Con las primeras gotas se levanta ese olor indescripible a tierra mojada, se le quita el polvo a los árboles y el verde de las hojas brilla con un resplandor renovado, la paja oscurece un poco el color oro, se amplían los contrastes en los tonos de la tierra, y el sonido se amortigua, se reduce el eco, y te acompaña un rumor sordo.
En la ciudad, para empezar, se os despeja el aire, se reduce la contaminación, y las calles cogen ese brillo reflejando la luz de las farolas y los escaparates. Las gotas repican por doquier, incluso en los paraguas que interponéis entre ellas y vosotros, creando una pequeña sinfonía. Y no os dais cuenta, camináis con los ojos bajos, la cabeza gacha y malhumorados. Qué poco sabéis apreciar lo bueno.