lunes, 7 de marzo de 2011

Gente raruna. II. La argentina loca.

A raíz del último post de Barbi (este post) he recordado otra de las personas perturbadas con las que me he ido encontrando por la vida.

Hace como... un montón de años, nos habíamos ido los amiguetes de acampada al pantano de San Juan. Cinco amigos, una tienda de campaña minúscula, vino Don Simón y cigarros Corona. Planazo. El caso es que a eso de las 7 de la mañana oímos que nos llamaban desde fuera de la tienda de campaña para que saliéramos. El primero que asomó la cabeza fui yo, y vi dos pares de zapatos brillantes seguidos por unos pantalones de color verde. Recuerdo el escalofrío que recorrió mi espalda.
La pareja de guardiaciviles tuvo a bien ponernos una señora multa por acampar en la zona de acampada del pantano. ¿Por qué? Pues porque no se podía acampar, claro, aunque hubiera un cartel de ZONA DE ACAMPADA del tamaño de la cabeza de Paquirrín.

Ante esta intervención, decidimos poner una reclamación a la multa, ya que con nuestro sueldo de estudiantes poco íbamos a poder pagar. Así que nos fuimos con nuestro escrito a la Plaza de los Cubos, en la zona de Princesa, Madrid. Como habíamos llegado pronto, decidimos desayunar en lo más cercano, y que estuviera abierto. Sí, el Rodilla.

Ninguno de los dos que íbamos habíamos estado nunca, por lo que el precio de lo que pedimos nos pilló por sorpresa. De hecho, se podría decir que nos gastamos lo que pensábamos que nos iban a rebajar de la multa. Para más inri, el local estaba lleno, por lo que nos tocó sentarnos al lado de los baños, lo cual nunca es demasiado agradable, aunque hayan abierto hace poco. Nada más sentarnos, vimos cómo un hombre salía descojonándose del baño, pero a mandíbula batiente. No hubiera tenido mayor relevancia de no ser porque a los 10 segundos salió una mujer, con pelos de loca y ojos saltones del servicio de señoras hecha un basilisco y cogiendo el cuchillo de untar que tenía yo me dijo:
- ¿Fuiste vos?
- ¿Eh?
- Dije que si fuiste vos.- repitió.
-¿Eh?
Lo sé, no tuve una réplica demasiado mordaz. Pero oye, me estaba amenazando con un cuchillo de untar. A lo mejor pensaba untarme de mantequilla hasta asfixiarme.
- Que si fuiste vos quien dijo que todos los judíos éramos una mierda - dijo con perfecto acento argentino.
- Eh... no sé de qué me habla, señora.
- ¡No me vengás ahora con boludeces ni señora, hijo de puta! ¡Fuiste vos!
- Que no señora, coño, se lo puede preguntar a cualquiera de los que estamos aquí comiendo.
Todos los cabrones allí presentes dejaron de hablar y se pusieron a engullir su mierda de sandwiches como si no hubiera un mañana.
- Ché, os voy a pasar por el cuchillo a los dos, hijos de puta. ¡Por el cuchillo!

Y se marchó a su mesa en el piso inferior. Después del susto, vinieron las risas, incluida la masa de mamones que nos rodeaba cuando ocurrió el suceso. Hasta que salió la anciana del baño. Una mujer muy mayor, decrépita, y blanca como la cal avanzó hacia nosotros mirando hacia todos lados.
- ¿Se ha ido la señora esa ya?
- Sí, se acaba de ir.
- Ha sido horroroso. Tenia el lavabo lleno de velas encendidas y estampitas puestas al revés. Horroroso todo...
Se escuchó un "¡Glup!" muy sonoro cuando las 30 personas que desayunábamos en ese piso tragamos a la vez.

Una vez acabamos de desayunar, bajamos cuidadosamente las escaleras, por si las boludas, y nos dispusimos a abandonar el infame Rodilla. No habíamos hecho más que abrir la puerta cuando escuchamos un grito a nuestras espaldas y vimos a la señora con una cara como de acabar de salir del mismísimo infierno enarbolando el famoso cuchillo de untar. Salimos como alma que persigue la gaucha, y nos metimos en la consejería de Agricultura, que es donde teníamos que hacer la gestión. Cruzamos el arco detector de metales sin dejar ni llaves ni nada y nos giramos señalando a la poseída que entraba como una exhalación. Lo malo para ella es que frenó en seco con la inmensa mano del guardia de seguridad de 2 metros que estaba de guardia. Una vez fue reducida, pudimos hacer nuestras gestiones.

Moraleja: no vayas a un Rodilla jamás. Vete a un bar de los de toda la vida, donde hay borrachos normales y como mucho te dirán que te quieren como a su hermano, aunque no te conozcan. A lo mejor te potan un poco, pero no intentarán degollarte con la cucharilla del carajillo.